Por si en este momento no te apetece leer…
Dice la leyenda, que Buda convocó a todos los animales de la tierra, quería despedirse de ellos antes de partir a su nueva reencarnación.
Sólo doce acudieron a su llamada. La rata fue la primera en llegar, luego llegó el buey seguido del tigre. Más tarde llegó el conejo y el dragón; enseguida apareció el caballo que traía a la serpiente enroscada en una pata -ésta se soltó en el último instante para llegar antes que él. Luego apareció la cabra seguida del mono y del gallo. El perro llegó con la lengua afuera y, por último, llegó el cerdo.
Buda, agradecido por la presencia de los animales que habían acudido a despedirse, quiso premiarles dándoles un signo. Cuando sus vidas llegaran a su fin, las nubes acogerían sus cuerpos y ellos podrían latir en el corazón de los humanos. Cada uno de ellos, en el orden que habían llegado, serían protagonistas durante doce meses y sus cualidades anidarían en el corazón de las personas nacidas en el signo de ese año.
Los animales fueron despidiéndose del sabio. Agradeciendo su gesto y comprometiéndose a dar lo mejor de sí mismos, volvieron con sus familias.
“Déjame que te cuente, que mucho tiempo después…
En una pequeña aldea perdida quién sabe dónde, vivía papá mono con su familia.
Papá mono era muy divertido e ingenioso. Le gustaba contar historias. Un día le contó a su hijita Moni, que en el cielo, camuflados entre las nubes, vivían sus antepasados; solo si tenías el corazón puro y la mirada inocente, podrías verles.
Un día, Papá mono se dispuso a salir a buscar alimento. Quería probar su último invento. Papá mono era muy creativo y audaz; con dos palos, una caja de madera y una rueda, había ideado una herramienta capaz de transportar grandes cantidades de comida; a este invento le llamó “carretilla”.
– ¡Papá!, ¡papá!, llévame contigo –le dijo su hijita, muy excitada.
Papá mono se paró. Se volvió hacia ella y con una gran sonrisa, la cogió con sus fuertes brazos y la sentó en la carretilla vacía.
– ¡Agárrate fuerte! –dijo. Y empezó a correr balanceando a Moni, de un lado al otro del camino, mientras risas y más risas se entremezclaban con los gritos preocupados de mamá mona, que asomándose a la ventana, gritó:
– ¡La vas a tirar! ¡Deja de jugar! eres más crío que ella.
Y dándose por vencida, se retiró de la ventana para seguir con sus quehaceres. Papá mono y su hijita continuaron camino abajo jugando y riendo
A la vuelta, tumbada sobre las ramas, impregnada del aroma del chopo cortado, Moni buscó ratas, bueyes, tigres, conejos, dragones, serpientes, caballos, cabras, gallos o perros escondidos entre las nubes, pero no encontró ninguno. Papá mono la miró, y arrugando la nariz la movió arriba y abajo como hacían los conejos. Moni estalló en una carcajada de felicidad, por fin ¡había encontrado al conejo!
Y colorín colorado… los cuentos nunca son terminados…
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