El sumo sacerdote

Foto Sumo sacerdote

Mon

11 de octubre de 2020

Por si en este momento no te apetece leer

Déjame que te cuente, que hubo una vez…

Un sumo sacerdote que fue invitado a una cena en la casa del hombre más importante de la ciudad. Allí se reunían los hombres más influyentes del reino. Subido en su carruaje va hasta la casa del anfitrión y, en el camino, estalla una tormenta que asusta a sus caballos, que se encabritan y terminan tirando al sumo sacerdote. Éste rueda por la zanja del camino llenándose todo de barro. Como está muy cerquita de la casa del hombre importante que le había invitado a cenar, decide ir igualmente.

Embadurnado de barro, llama a la puerta y le abre el mayordomo, que al verle de esa guisa, no le reconoce y dice:

-¿Qué hace aquí, vagabundo? ¿No se da cuenta que ésta es la casa de alguien importante? ¡Váyase, miserable!

El sumo sacerdote, dándose cuenta que no le había reconocido, quiso explicarle:

-Lo sé, lo que pasa es que…

-¡Nada! -le interrumpió el mayordomo- ¡Váyase inmediatamente! ¡Aquí hay una reunión de gente importante!

-Lo sé, si yo vengo a la comida…

-Si quiere la sobras -vuelve a interrumpir el mayordomo- tendrá que venir mañana. Ahora ¡Váyase! que aquí hay gente muy fina.

El hombre intenta argumentar, pero de nuevo es interrumpido y amenazado con sacarle a patadas y echarle los perros.

En estas, salió el dueño de la casa y preguntó qué pasaba. El mayordomo le explicó que el vagabundo no quería irse.

El dueño de la casa, sin siquiera molestarse en hablar con él, dio una palmada y al momento aparecieron en la puerta dos perros con actitud amenazante.

Viendo el sumo sacerdote el peligro, echó a correr mientras era perseguido por los perros. De un brinco saltó y se agarró a la tapia y pudo librarse de ser mordido.

Llegó al camino, y una vez consiguió sacar, de la zanja el carruaje, volvió a su casa. Allí se lavó la cara y quitó el barro, pero no se cambió de ropa. Después de meditar unos segundos, se dirigió al armario y sacó una hermosa capa con bordados de oro, que precisamente le había regalado el importante dueño de la casa. Colocándola sobre los hombros, decidió ir de nuevo a la casa a la que había sido invitado.

Esta vez llegó sin contratiempo a su destino. Llamó a la puerta. El mayordomo le saludó con una reverencia y le invitó a entrar al instante. El dueño de la casa salió a recibirlo con otra reverencia y muy amigablemente le invitó a pasar directamente al comedor, ya que los comensales invitados estaban sentados a la mesa. Todos le saludaron con admiración.

El sumo sacerdote se sentó y enseguida le sirvieron un plato de sopa. El anfitrión le animó a probarla y así poder empezar, todos a cenar.

El sumo sacerdote cogió la punta de su capa y la mojó con delicadeza en la sopa, mientras le decía a la capa:

– ¿Está buena? Seguro que está riquísima, ¡Come, bonita! -le decía con mucho mimo.

Todos los allí reunidos le miraron con asombro, mientras él seguía tranquilamente, mojando su capa en la sopa.

El dueño de la casa, creyendo que había perdido la cabeza y esperando a la vez, en que sólo fuera una broma, le dijo:

-Excelencia, pruebe usted la sopa, ¡Está exquisita!, le gustará.

Entonces, el sumo sacerdote muy serio, respondió:

-No es a mí a quien ha invitado a la cena sino a la capa. Pues vine sin ella hace un rato y me sacaron a patadas.

Y colorín, colorado, los cuentos… nunca son terminados…

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