Por si en este momento no te apetece leer…
“Déjame que te cuente…”
Que hubo una vez un jardín en el que crecía una planta de guisantes. Se parecían unos a otros y vivían tranquilamente todos, todos menos uno. Había un guisante que no quería ser como los demás.
Un día juntó toda su decisión de guisante y saltó fuera de la vaina
¿A quién podré parecerme? –se preguntó. ¿A una calabaza? ¿A una zanahoria? ¿O tal vez a una cebolla?
En ese momento apareció un pavo real y aquel singular guisante, exclamó:
– Desearía parecerme a esta ave, su cola es como un gran ramo de flores.
Así, sin pensarlo, en un pis-pas, le arrancó una pluma. ¡Qué lindo se veía!
De pronto, un tigre surgió por sorpresa y empezó a perseguir al pavo real. Al ver la escena, el guisante dijo:
– Desearía ser como esta fiera. Es valiente, y tiene un pelaje muy elegante.
El guisante no lo dudó, tomó un pincel y se cubrió de rayas. Ahora se sentía hermoso y también audaz.
A lo lejos un elefante bramó y el tigre huyó. El guisante clamó con entusiasmo:
– Me gustaría parecerme a este animal, esa nariz tan grande ¡lo hace imponente!
Rápidamente el guisante se hizo una trompa con una brizna de hierba y así sintió que inspiraba respeto.
He recogido lo mejor del pavo real, del tigre y del elefante -pensó con orgullo.
Poco después emprendió el regreso a su hogar.
Al verlo llegar, los demás guisantes, le dedicaron toda clase de risas y de burlas.
Soy una semilla rara pero sigo siendo una semilla –se dijo así mismo.
Así que, como todas las semillas, cavó un hoyito en la tierra y se acurrucó en él: con su pluma, su trompa y sus rayas.
Pasó el otoño, el invierno, la primavera…
Hasta que un día, de la tierra, surgió una nueva planta, única y singular, llena de guisantes diferentes y felices.
“Y colorín, colorado… los cuentos, nunca son terminados”
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